En las planicies que circundan la ciudad de Siem Reap, al noroeste de Camboya, una selva lúbrica y espesa oculta la antigua capital del imperio khmer. De su pasado esplendor no quedan más que monumentos de piedra, solitarias y majestuosas estructuras que por siglos permanecieron olvidadas bajo el verde insaciable del trópico. Muchos afirman que se trata del complejo urbano más grande de la época preindustrial y no es difícil adivinar por qué.
Para recorrer la integridad del lugar son necesarios varios días y pocas personas consiguen llegar hasta las ruinas más lejanas. Todo en Angkor es monumental y pletórico de vida: mariposas copulan en los más diversos colores, tímidas serpientes se desgajan ondulantes por las esculturas, pájaros de colas imposibles y voces mágicas sobrevuelan el cielo y van a posarse en árboles frondosos que funden sus raíces con las paredes de los templos. Las estructuras son de piedra gris y oscura, a veces cubierta por una delicada capa de limo. Emergen de repente en medio de la espesura como héroes silenciosos, soportando incólumes la inclemencia cotidiana de la selva.
Para recorrer la integridad del lugar son necesarios varios días y pocas personas consiguen llegar hasta las ruinas más lejanas. Todo en Angkor es monumental y pletórico de vida: mariposas copulan en los más diversos colores, tímidas serpientes se desgajan ondulantes por las esculturas, pájaros de colas imposibles y voces mágicas sobrevuelan el cielo y van a posarse en árboles frondosos que funden sus raíces con las paredes de los templos. Las estructuras son de piedra gris y oscura, a veces cubierta por una delicada capa de limo. Emergen de repente en medio de la espesura como héroes silenciosos, soportando incólumes la inclemencia cotidiana de la selva.
El más famoso de los templos, Angkor Wat, está ubicado cerca de la entrada del complejo, totalmente rodeado por un lago en cuyas aguas se reflejan las altas cúpulas. La estructura representa al legendario Meru, el monte sagrado de la cosmogonía hindú, centro del cosmos, rodeado siempre por un océano de agua. Adentro, las paredes están decoradas con escenas de las dos grandes épicas hindúes, el Mahabarata y el Ramayana. Durante años, dedicados artistas grabaron en la piedra la batalla final entre los ejércitos de Rama y el malvado Ravana, como también la escena en la que el dios mono Hanumán sirvió de puente para que los ejércitos de Rama cruzaran a la isla de Lanka, refugio del rey de diez cabezas que tenía secuestrada a la princesa Sita.
La dinastía Khmer fue quizá el imperio más poderoso del que haya tenido noticia la península indochina. Su influencia se extendió desde el siglo IX a XIII por casi todo el sudeste asiático. Por ello, su entramado religioso no sólo se compone de elementos hindúes; tanto el budismo teravada, tan influyente fue en toda la península y la principal religión hoy en día en Camboya, como el budismo mahayana, aportaron mucho a la formación de la compleja cosmología khmer. En los templos, no es extraño ver divinidades como Shiva o Vishnú junto con estatuas y frescos del Buda. Para los camboyanos los templos siguen teniendo un profundo valor religioso y es común encontrarlos rezando, prostrados frente a muchas de las divinidades talladas en piedra.
Recorremos el lugar en bicicleta, dejándonos llevar por el sonido de la selva, sorprendiéndonos a cada instante por la belleza y el misterio de estos edificios carcomidos por la humedad y que en algún tiempo fueron parte de la ciudad más grande del mundo. Una pequeña carretera nos conduce a un vasto complejo conocido como Angkor Thom. A cada lado de un puente que cruza un lago de aguas verdosas, una naga o culebra de múltiples cabezas, custodia la entrada al recinto, acompañada de agresivos guardias de piedra. Al fondo, una imponente puerta da entrada al complejo.
Las carcomidas paredes del edificio central engañan la vista, pero después de un atento estudio, el ojo empieza a distinguir los rostros tallados con gran habilidad en la piedra. Un rasgo habitual en los dinteles de las puertas es la imagen de Garuda, el vehículo del dios Vishnú, exaltado pájaro con rostro humano y pieza fundamental de la mitología khmer, desplegando sus alas al cielo, solitario.
Las carcomidas paredes del edificio central engañan la vista, pero después de un atento estudio, el ojo empieza a distinguir los rostros tallados con gran habilidad en la piedra. Un rasgo habitual en los dinteles de las puertas es la imagen de Garuda, el vehículo del dios Vishnú, exaltado pájaro con rostro humano y pieza fundamental de la mitología khmer, desplegando sus alas al cielo, solitario.
Subimos a la parte superior del templo. Allí se elevan los prasats, pequeñas capillas que atesoran un lingam, o falo sagrado que representa a Shiva, dios de la creación y sustentador del ritmo cósmico. A su lado descansa una efigie impasible del Buda, adornada con cintas doradas y anaranjadas. Barritas de incienso se consumen lentamente al lado de unas flores que ya comienzan a marchitarse. Atardece. Jóvenes monjes recorren el templo entre risas. Las voces de la selva intensifican su canto vespertino. Abajo, los sembradíos de arroz, inundados por las lluvias recientes, reflejan los tonos rosados del ocaso.