martes, 17 de agosto de 2010

Bosra

Hay algo mágico en la pequeña ciudad de Bosra, algo que escapa a primera vista y que va más allá del encanto que guarda su teatro romano, emblema de la ciudad y uno de los mejor preservados de la antigüedad. En el siglo XII, Saladino construyó a su alrededor altas murallas para defender a la ciudad de los cruzados y que, desde lejos, hacen pensar que en lugar de un teatro se trata de una impenetrable fortaleza para vigilar la extensa y verde sabana que rodea al pueblo. Su interior, sin embargo, está casi intacto y permite sumergirse de lleno en los fastuosos días del imperio de los césares. Desde sus altas gradas vuelven a resonar, hoy como siempre, los versos adustos de los personajes en las tragedias de Séneca, el eco de las risas que despertaban en el público las comedias de Plauto.

Una vez fuera del teatro y superado el estupor inicial, una segunda mirada permite adentrarse en los restos de la antigua ciudad romana, un entramado completo de calles y edificios que hoy en día siguen siendo habitados por los lugareños. Construidas en negro basalto, perdidas entre sus callejuelas y medio carcomidas por la maleza, se encuentran edificaciones de una importancia histórica singular, como la mezquita de Omar, a la que se llega bajando por el cardo, poco después de los antiguos baños romanos, una de las más antiguas del mundo y de las pocas que aún conservan el trazado original que seguían las primeras mezquitas del Islam. Un poco más al Este, se hallan las ruinas del monasterio cristiano en donde, según la leyenda, un monje de nombre Bahira reveló a Muhammad su futura misión como profeta de la religión de Alá. Estas reliquias se alzan confusas en medio de la urbe, entremezcladas con las viviendas de gente humilde, de las que salen niños sonrientes pidiendo dulces o lápices. En eso radica el discreto encanto de Bosra: una pequeña aldea que ha sabido vivir sin alterar su pasado. Estas antiguas piedras les pertenecen y lo saben, pero durante siglos las han habitado con una reverencia que sólo poseen quienes tienen perfecta conciencia de su valor y del lugar que ellas ocupan en la historia.

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