Perdido en una montaña, en medio de la isla de Kho Pha-Ngang, está el monasterio de Wat Kow Tham. Para llegar a él es preciso subir por una carretera irregular y empinada, rodeada por un bosque tropical de altas palmeras y bulliciosos insectos. Un anuncio te obliga a dejar la moto estacionada y seguir el recorrido a pie. Comienzas a caminar y no tardas en notar, entre las ramas, una humilde cabaña que se yergue sobre palafitos. Hay gallinas y a lo lejos se oye la voz de un radio mal sintonizado, quizá promocionando algún producto de belleza o tarareando alguna canción de moda. El sonido se difumina en medio del calor que emerge denso y húmedo de la tierra. Un pequeño perro sale ladrando a tu encuentro. Empiezas a ver, poco a poco, las pequeñas casas de los monjes, extendidas en los tendederos las telas naranjas emblemáticas del budismo teravada, los diversos altares con imágenes del buda y más abajo, una estupa dorada a la que se accede a través de un caminito de piedra cubierto de árboles, imágenes del buda e incienso. El silencio solo es interrumpido por el jugueteo ansioso de otros tres o cuatro perros que mueven su cola en torno tuyo. De repente, aparece un monje de lentes gruesos, te agarra del brazo y te conduce sonriente a través de un pequeño caminito cuesta arriba que conduce a un pequeño templo. Entonces se detiene, lo señala en la distancia y te insta a subir. Trepas con dificultad los empinados escalones y cuando finalmente llegas, la recompensa es inseperada: el golfo de Tailandia se abre generoso en la lejanía en un múltiple derroche de sol y colores. Montañas tapizadas de un verde salvaje bajan rocosas hasta las playas formando diversos acantilados y arrecifes. El templo en la cima de la colina es un pequeño recinto rectangular pintado de azul marino, abierto en tres de sus lados, en el otro, la imagen del Buda, dorado e impasible. Abajo suyo hay una pequeña barcaza de metal en la que arden varios palitos de incienso y algunas velas. No oyes siquiera el estallar de aquellas olas etéreas en la lejanía, no ves tampoco ese mar tapizado de turquesas. Todo aquí arriba es silencio.
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