La iglesia ha sido dividida en tres recintos concéntricos. En el primero de ellos, el más exterior, las paredes están cubiertas de murales con imágenes de Cristo, de San Jorge matando desde su caballo al dragón, o de la virgen María, por quien los etíopes sienten una especial devoción. Las pinturas llevan amarillos y verdes y azules vivos; en los ojos de los santos se percibe una fuerte influencia del arte copto y bizantino.
El padre Tadesse es el sacerdote encargado de esta iglesia. Es un hombre alto y delgado, lleva el cráneo rasurado y viste una bata blanca que baja casi hasta los talones. Camina descalzo por los pisos de bambú, mientras nos cuenta la historia de San Tekle Haymanot, quien perdió una pierna a fuerza de pasar siete años orando sostenido sobre ella. Nos explica la compleja simbología que esconden las cruces grabadas en el cetro que lleva en la mano y luego nos cuenta apartes de la singular historia de su religión, similar al cristianismo copto egipcio, pero con fuertes influencias judías y animistas. Mientras damos una última mirada a los murales, el sacerdote nos pide el favor de que le enviemos un par de zapatos talla cuarenta y dos.
Salimos de la iglesia atraídos por el sonido de un tambor. En un quiosco cercano los niños de la aldea reciben educación religiosa. Sentados en círculo en un piso de arena, baten palmas al ritmo de la música y repiten con su maestra viejas canciones, canciones que alguna vez aprendieron sus padres y los padres de sus padres.