lunes, 8 de marzo de 2010

Haridwar

Un turbante naranja raído. Un anciano de pelo ensortijado y barba entrecana sentado en cuclillas. A su lado reposan un viejo bastón y una cacerola sucia. Más allá, unos jóvenes vestidos con camisetas y pantalonetas naranja pasan tocando inmensos tambores y cantando himnos a Shiva. Cargan grandes y complicadas estructuras hechas de bambú y que adornan con cintas doradas, con flores de plástico e imágenes de Shiva o de Hanuman, el dios mono. Cada año, en el mes de Julio, los peregrinos se dan cita en la ciudad de Haridwar, en el Norte de la India, a orillas del Ganges, para bañarse en sus aguas sagradas. Miles de personas inundan entonces las calles de la ciudad en una inacabable procesión que dura el mes entero. Olas desaforadas de gente, toda vestida naranja, ora a orillas del Ganges ondulante y amarillo.

Vendedores de lentejas o garbanzos apilan sus puestos a la vera del río. Hombres aletargados pasan el sopor del día a la sombra de árboles de ramas generosas. En la otra orilla, un templo asoma su cúpula roja por entre los árboles. Niños desnudos se lanzan riendo al río y se dejan llevar por la corriente. Una vaca husmea en una pila de desperdicios ennegrecidos por el barro. De repente, el cielo se ennegrece. Las nubes llegan con un viento furioso que apaga los ruidos cotidianos y seduce a las banderas de los templos que empiezan a imitar el baile hipnótico de su vuelo. El cielo, antes azul y despejado, se oscurece. Empieza a llover. Una lluvia férrea, demencial, se apodera de las calles, salpica al río, empapa los árboles. Los adultos corren buscando cobijo en techos cercanos mientras los niños juegan con los perros que ladran rabiosos y alegres en callejuelas inundadas. Es el monzón. La temporada de lluvias que nutre a la India, desde las selvas lúbricas del Sur hasta las hieráticas montañas del Norte y sin el cual la vida en este inmenso país sería impensable. Una lluvia violenta y fugaz que apaga el calor de los días de Julio, que irriga los campos y revitaliza las cosechas adormecidas por el calor inclemente de los meses del verano. Poco después, las nubes se disipan y el sol resurge con renovado vigor. La gente abandona sus refugios y vuelve a las calles anegadas de basura y excrementos. Retornan a la vida interrumpida: al hambre, a la devoción, a la miseria.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tal cual. Tal cual. Me encanto...

Powered By Blogger